Un antimonumento es una instalación, colocada tradicionalmente durante una manifestación popular, que busca recordar un hecho reciente trágico o mantener la reclamación de justicia a la que los gobiernos no han dado respuesta satisfactoria ante la óptica de los demandantes.[1]
Los antimonumentos surgen como un rechazo hacia el Estado. Si los monumentos tradicionales son habitualmente instalados por el Estado para que perduren y representar «discursos oficiales», el antimonumento tiene la función contraria.[nota 1] Esto es, trata de recordar a aquellas víctimas que no lograron justicia para «que sus casos no caigan en el olvido». Así, según el antropólogo Alfonso Díaz Tovar, los antimonumentos surgen de este modo para «deconstruir» las «posturas oficiales mediante una apropiación del espacio público».[2]
También han sido interpretados como «una nueva modalidad de lidiar con el nuevo papel de la memoria».[4]
Historia
El concepto de antimonumento surgió en México, país donde nueve de cada diez delitos denunciados quedan impunes.[1][2] A raíz de este hecho, surgieron los antimonumentos como una forma de recordar a las víctimas y evitar que sus casos caigan en el olvido.[2]
El término antimonumento encuentra su genealogía en las reflexiones de James E. Young. Tras la Segunda Guerra Mundial, Young se fijó en «aquellos dispositivos de memoria que no buscan enaltecer la gloria nacional sino hacer un trabajo de memoria viva a través de las experiencias de las víctimas», por contraste a los monumentos tradicionales que exaltaban el heroísmo nacionalista. Young utilizó el término counter-monument (en inglés, contra-monumento) para referirse a este tipo de expresiones. Para ejemplificarlo, tomó el Monumento contra el fascismo (Hamburgo, 1986) de Jochen Gerz y Esther Shalev-Gerz. Este consistía en una estela de doce metros de altura en el que los transeúntes podían escribir sus nombres o cualquier tipo de reflexión, de tal manera que poco a poco la estela quedaría ocultada para «encarnar la ausencia de fascismo».[1]
Sin embargo, según esta clasificación, resulta complicado situar su origen, pues existen numerosas acciones que podrían calificarse como antimonumentos, al menos desde 1977.[1]
En América Latina, los antimonumentos surgieron como una manera de lidiar a través de las artes con «la violencia del Estado, como en los casos del nazismo y de las dictaduras latinoamericanas».[4]
Implicaciones
Los antimonumentos dejan atrás aquella idea según la cual los objetos estéticos «sólo eran juzgados por su belleza, conforme a un canon artístico determinado». Aparte de su apariencia estética, los antimonumentos son «artefactos cargados de afectos» que, con su acción subversiva en el espacio público, tienden a reinstaurar en este su sentido comunitario.[1]
↑Lacruz, M. Elena; Ramírez, Juan (2017). «Anti-monumentos. Recordando el futuro a través de los lugares abandonados». Revista Rita (7): 86-91.|fechaacceso= requiere |url= (ayuda)