La prensa sectaria manifestábase por aquel entonces en Barcelona en forma de semanarios ilustrados, cuyos textos no merecían, por cierto, tal adjetivo. La calumnia sistemática contra el clero y Ordenes religiosas y el chiste procaz y desenvuelto, prodigado sin arte y sin decoro por
Torcuato Tárrago,
Martínez Villergas y
Eusebio Blasco, en almanaques cursis de Madrid y mal traducidos al catalán en estos semanarios de Barcelona, venían a constituir todo el meollo intelectual de estos papelotes. Luis Fiter, un día, agitando uno de ellos, con voz tribunicia, dijo a sus compañeros de mesa:
—Propongo un auto de fe para este papel demoledor de la verdad y de las buenas costumbres. Pero, como no basta destruir, sino que es menester edificar, propongo también, desde ahora, la fundación de un semanario redactado por nosotros, que defienda todo lo que este papel tan cobardemente ataca.
—¡Aceptado!— contestaron todos a una.
Y desde aquel día: quedó constituido el cuerpo de Redacción, formado por
Luis Fiter,
Manuel Gaya y el impresor
Mariol. Titulóse el nuevo semanario
El Eco del Bruch, estampóse en Manresa, y quien tenga su colección a la vista (1872-1876),
[nota 1] podrá hacerse cargo del derroche de ingenio, amenidad, valentía y acometividad periodística que en el mismo prodigaron sus redactores. Casi todos los artículos de Gaya merecían las iras de la censura gubernativa, que los denunciaba sin piedad, mientras Fiter se enojaba por no merecer los suyos igual persecución. Pero hay que notar también que, mientras los semanarios del otro bando llegaban al décimo y aún al vigésimo millar en sus tiradas,
El Eco del Bruch raras veces pudo rebasar el segundo.
Habent sua fata libeli!...