El uso de estas estructuras se debe a la aparición de las armas de fuego, y su aparición, así como la de los revellines, se sitúa a finales del siglo XV y comienzos del XVI. El glacis tiene un doble efecto beneficioso para los defensores: hace rebotar en él las balas de artillería, que salen despedidas por encima de los muros de la fortificación sin dañarlos, y en segundo lugar constituye una amplia superficie despejada, batida por el fuego defensor, y en pendiente que las unidades de asalto del ejército atacante deben atravesar previamente a saltar al foso y atacar las murallas.
En los vehículos blindados se denomina glacis también a la parte inclinada del blindaje. Esta inclinación sirve para mejorar las capacidades antibalísticas del blindaje.