La literatura ecuatoriana se ha caracterizado por ser esencialmente costumbrista [1] y, en general, muy ligada a los sucesos exclusivamente nacionales, con narraciones que permiten vislumbrar cómo es y se desenvuelve la vida del ciudadano común. El origen de la literatura ecuatoriana se remonta a las narraciones ancestrales que pasaron de generación en generación; estas primeras historias trataron temas fantásticos, mitológicos y legendarios. [2]
De escritos antes de la llegada de los españoles, no se tiene ningún registro. Esto más que nada debido a que los incas no tenían un sistema de escritura establecido, por lo que sus leyendas y demás debían ser pasadas oralmente de generación en generación. Sin embargo, durante la Real Audiencia de Quito, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, empiezan a surgir expresiones literarias. Los personajes más importantes de esta época fueron Antonio de Bastidas, Jacinto de Evia y Jacinto Collahuazo. El primero, Bastidas[5][6] es considerado como el primer poeta del Ecuador, por Espinosa Pólit. Su descubrimiento estuvo rodeado de polémica puesto que Menéndez y Pelayo había considerado que era oriundo de Sevilla.[7][8] Sin embargo, al comprobar que había nacido en Guayaquil, cobró importancia cronológica. Él, junto a su discípulo Evia,[9][10] escribieron gran parte de los poemas que se encuentran en el Ramillete, publicado en España durante esa época. Su estilo corresponde al culteranismo, puesto que la influencia de Góngora en la poesía de esa época fue importante.[7] Por otro lado, son de suma importancia los escritos de indígenas ecuatorianos. El más famoso de ellos es la llamada Elegía a la muerte de Atahualpa, atribuida a Jacinto Collahuazo, un cacique nacido en las cercanías de la ciudad de Ibarra. En homenaje suyo, el gran crítico literario Isaac J. Barrera usaba el seudónimo «J. Collahuazo» en sus escritos.[2]
siglo XVIII
En el siglo dieciocho, la importancia de la poesía ya no se limitaba a motivaciones cronológicas sino a la gran calidad que se empezó a desarrollar, según lo afirma Gonzalo Zaldumbide,[11][12] quien descubrió el talento del que se convirtió en el máximo representante de la poesía de ese siglo, el padre Juan Bautista Aguirre (1725-1786), nacido en Daule. El culteranismo en Aguirre sigue teniendo fuerza y es renovado, al igual que su temática que incluyó lo religioso, amoroso, cómico y mitológico. Su poema más conocido es "Carta a Lizardo".[13]
Además de Aguirre, de esta época es importante nombrar a los Jesuitas quiteños del extrañamiento,[14] rescatados por Espinosa Pólit.[15] La lista es abundante e incluye nombres como Juan de Velasco, Isidro Losa, Francisco Javier Crespo, Juan de Ullauri, Juan Celedonio de Arteta, Nicolás Crespo, José de Orozco, Ramón Viescas, José Garrido, Sebastián Rendón, Mariano Andrade, Manuel Orozco, Joaquín Ayllon, Ambrosio Larrea, Joaquín Larrea y Pedro Berroeta.
Nacimiento de la crítica
Por otro lado es importante destacar a Eugenio Espejo (1747-1795), quien sería una de las primeras expresiones de crítica literaria en Hispanoamérica, según Menéndez y Pelayo.[16] Su traducción del tratado De lo sublime de Longino, así como la crítica a la retórica de los sermones que se daban en esa época es notable. Paradójicamente Espejo no tuvo palabras favorables para Bautista Aguirre,[17] aunque en estilo Aguirre era muy superior, pero sí, un poco más "anticuado" por su culteranismo persistente.[18]
siglo XIX
Neoclasicismo
Llegando a la época de la independencia, sale a la luz el guayaquileñoJosé Joaquín de Olmedo (1780-1847), poeta de las gestas libertarias de Ecuador y América. Fue un poeta netamente neoclásico y es autor de obras que han pasado a la posteridad, entre ellas el Canto a Bolívar (que fue alabado enormemente por el propio libertador) y la Canción del 9 de octubre (que fue elegido como el himno de la ciudad de Guayaquil).[19]
Romanticismo
El Romanticismo nace en Ecuador de la mano de la poetisa quiteñaDolores Veintimilla (1830-1857), la que exaltó el amor, la lucha contra los prejuicios y una tristeza por amores no correspondidos. Es célebre su poema ¡Quejas!, muestra de la gran melancolía que la atormentaba y que la llevaría en última instancia a suicidarse en la ciudad de Cuenca, en 1857.[20][21]
En cuanto a la narrativa romántica, está el escritor ambateñoJuan León Mera (1832-1894), considerado además un clásico en la literatura ecuatoriana e hispanohablante. Su obra maestra, Cumandá, es también una de las primeras novelas ecuatorianas y un límpido símbolo de los ideales del romanticismo. También escribió el Himno nacional del Ecuador y un libro de cuentos, Novelitas ecuatorianas.[24]
El Modernismo llegó a Ecuador con considerable retraso respecto a los otros países. Razones para esto son las constantes guerras civiles a las que el país estaba sometido a causa de las disputas entre conservadores y liberales.[32][33] Sin embargo, los exponentes del modernismo en Ecuador alcanzaron un nivel de prestigio muy alto en toda América y aún hoy siguen siendo incluidos en colecciones de poesía universal. Todos tienen como característica haber leído a Baudelaire, Hugo, Rimbaud y Verlaine en el francés original, y sus poesías están llenas de evocaciones a la muerte y al misticismo.[34]
Los cuatro integrantes del modernismo en Ecuador fueron los guayaquileños Medardo Ángel Silva (1898-1919) y Ernesto Noboa y Caamaño (1891-1927); y los quiteños Arturo Borja (1892-1912) y Humberto Fierro (1890-1929). Estos fueron llamados posteriormente la Generación decapitada, principalmente porque dos de ellos—Silva[35][36] y Borja[37][38]—se suicidaron y los otros dos—Noboa[39][40] y Fierro[41]—murieron en circunstancias poco claras, además de por las características en común que compartían sus poesías.[34][42]
El realismo se inicia en el Ecuador con la novela histórica A la costa de Luis A. Martínez (1869-1909), a la que el profesor Felipe Aguilar Aguilar se refirió como «una de las más grandes novelas ecuatorianas».[49] Por su lado, el escritor Jorge Enrique Adoum se refirió a la obra como «(...) la primera novela ecuatoriana. Primera expresión de la voluntad de ver y de explicarse el país».[50] Esta novela relata las peripecias por las que tiene que pasar un muchacho de una familia conservadora quiteña cuando su padre muere. Se ve luego obligado a trabajar en una hacienda y al mismo tiempo a ver como su familia poco a poco se degrada hasta desintegrarse por completo. Todo esto con trasfondo de la victoria de la revolución liberal.
Pero sin duda el mayor referente a la literatura ecuatoriana moderna es el novelista Jorge Icaza (1906-1978) con su novela Huasipungo, que es tal vez la obra ecuatoriana traducida a más idiomas.[54] Otra obra famosa y de alto contenido social de Icaza es la novela El Chulla Romero y Flores.[55]
Un espíritu unificador en las propuestas narrativas de la generación de escritores de los años 30, resulta una tarea ardua por la cantidad de crítica y comentarios que vuelven ambigua esta categorización de principios y de ideales propios de una literatura menor como la ecuatoriana. El propio Jorge Icaza, en su ensayo Relato, espíritu unificador, en la generación del año 30, reclama la falta de compromiso de los estudiosos e intelectuales ecuatorianos:
(...) acostumbrados al comentario y al estudio de valores individuales y aislados en la historia de la literatura ecuatoriana, [quienes] no lograron captar e interpretar a su debido tiempo y en su justa perspectiva [...] el carácter unificador, en actitud y espíritu, de cuanto significaba y de cuanto constituía para la cultura nacional [...] la obra literaria de los relatistas de la generación del año 1930—forma mestiza, emoción telúrica, contornos de personalidad hispanoamericana.
En cambio, el movimiento literario de la generación unificadora de relatistas del año 1930-con sus tres grupos: el de Guayaquil como capital montuvia, el de Quito y el del Austro como capitales cholas e indias-, no sólo dejó huella en el desenvolvimiento de la literatura nacional, nacionalizando su expresión, sino que -como he dicho muchas veces y como han afirmado críticos extranjeros- "incorporó nuevas capas sociales hispanoamericanas en función de personajes de novelas y de cuentos, personajes de novelas y de cuentos que obligaron al escritor a crear un nuevo estilo interpretativo y por consiguiente un nuevo estilo expresivo".
En esta época también salta a la luz la figura de la novelista Alicia Yánez Cossío, gracias a la publicación en 1973 de su aclamada novela Bruna, soroche y los tíos,[61] escritora que irrumpió con fuerza en una escena literaria que hasta entonces había estado dominada por figuras masculinas.[59] A Bruna le siguieron más de una decena de novelas que cementaron el puesto de Yánez como la gran autora ecuatoriana del siglo XX,[61] con un estilo en que mezclaba la crítica a la condición de la mujer en la sociedad y la búsqueda de la identidad mestiza con el realismo mágico.[62] Otras escritoras también despuntaron durante años posteriores: la poeta y narradora Sonia Manzano y la ensayista Lupe Rumazo.[63][64]
Aguilar Aguilar, Felipe (1991). «Narrativa ecuatoriana: los últimos veinte años». En Malo González, Claudio, ed. Ecuador contemporáneo. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México. pp. 133-148. ISBN968-36-1990-8.
Foster, David William (2015). Handbook of Latin American Literature(en inglés) (2.ª edición). Oxfordshire: Routledge. ISBN9781317518259.
Handelsman, Michael (2001). «2. Personajes negros y realismo social. El caso del Grupo de Guayaquil». Lo afro y la plurinacionalidad. El caso ecuatoriano visto desde su literatura. Quito: Editorial Abya Yala. pp. 25-60. ISBN9789978046883.
Barriga López, Leonardo. La Poesía Ecuatoriana. Tomado de Crítica y Antología de la poesía Ecuatoriana. Cuadernos culturales Andinos, Editora Guadalupe Ltda., Bogotá, 1981