El ser de España o problema de España es el nombre que suele designar[1] un debate intelectual acerca de la identidad nacional española que surge con el regeneracionismo a finales del siglo XIX, y coincidiendo con la aparición de los nacionalismos periféricos. Confluye con el tópico de las dos Españas, imagen muy descriptiva de la división violenta y el enfrentamiento fratricida como característica de la historia contemporánea de España.
El objeto del debate no fue propiamente político o jurídico-constitucional —la definición de España como nación en sentido jurídico, tema que fue debatido en el proceso constituyente de 1978, donde se enfrentaron posturas de negación, matización y afirmación de la Nación española—; ni tampoco propiamente historiográfico —estudiar la construcción de la identidad nacional española, que se hizo históricamente como consecuencia de la prolongada existencia en el tiempo de las instituciones del Antiguo Régimen y, a veces, a pesar de ellas—. Lo que aquellos pensadores pretendían era dilucidar la preexistencia de un carácter nacional o ser de España, es decir: cuáles son «las esencias» de «lo español», y sobre todo, por qué es algo problemático en sí mismo o no lo es, frente al aparente mayor consenso nacional de otras naciones «más exitosas» en su definición, como la francesa o la alemana, planteando la posibilidad de que España sea o no una excepción histórica. Todo lo cual dio origen a un famoso debate ensayístico, literario e historiográfico que se prolongó por décadas y no ha terminado en la actualidad, con planteamientos y puntos de vista muy diferentes.
En muchas ocasiones, el propio debate ha sido objeto de crítica en sí mismo. Por un lado, por lo que supone de introspección negativa y, por otro, por la previa condición de buscar un esencialismo, es decir, una perspectiva filosófica en cuanto es una reflexión sobre la esencia, cuando lo propio de una perspectiva histórica sería el cambio en el tiempo, pues las naciones no son entes inmutables, sino construcciones de los humanos a lo largo del tiempo, incluso restringidas a la historia más contemporánea en lo que respecta a los modernos conceptos de nación y nacionalismo.
La identificación de lo español con lo castellano y la búsqueda en el paisaje y paisanaje de Castilla de sus características esenciales por parte de autores provenientes de la periferia ha sido considerada como una característica principal de la Generación del 98 (Unamuno, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja [vascos], Azorín [valenciano], Antonio Machado [andaluz] y, menos claramente, Valle Inclán [gallego]). No se ocultaban los rasgos negativos: el atraso, la ignorancia, la envidia, el cainismo, la brutalidad (La busca, La tierra de Alvar González, Divinas palabras). El esperpento valleinclanesco (Luces de Bohemia), el expresionismo pictórico de José Gutiérrez Solana o la galería de tipos españoles de Ignacio Zuloaga son sus ilustraciones escénica y visual.
Se ha indicado que algunos miembros de la generación del 98 tuvieron una evolución o trayectoria vital «de izquierda a derecha», partiendo de posiciones próximas al movimiento obrero y muy críticas con la visión tradicionalista de España, para acabar reconciliándose con esta, sobre todo Ramiro de Maeztu y Azorín, y en cierto modo (más espiritual el primero y más escéptico el segundo) Miguel de Unamuno y Pío Baroja. Antonio Machado y Valle Inclán tuvieron una evolución contraria: de posiciones más «conservadoras» a otras más «progresistas». De eso dependió que unos u otros fueran reivindicados por la oposición al franquismo o por el pensamiento falangista y el nacionalcatolicismo de los primeros años de este. En realidad, vivieron de forma trágica la separación de las Dos Españas, y todos ellos participaron de una manera o de otra en un cuestionarse por el Ser de España que no tenía una respuesta clara. Quizá el mejor ejemplo lo dio la triste separación de los hermanos Machado: Manuel, en el bando sublevado y Antonio, en el republicano.
Las referencias literarias a España habían sido un tópico o subgénero que aparece con cierta continuidad desde muy antiguo: con carácter positivo los laudes hispaniae o loas a España, como los de la literatura latina y en concreto el de San Isidoro.
honra y prez de todo el orbe; tú, la porción más ilustre del globo
Esas palabras son muestra de la conciencia de la decadencia española por las mentes más lúcidas del siglo XVII, entre las que destacan los arbitristas, como Martín González de Cellorigo (Memorial de la política necesaria y útil restauración de España y estados de ella, y desempeño universal de estos reinos, 1600) o Sancho Moncada (Discursos de 1619, editados más tarde como Restauración política de España). El esfuerzo de los novatores entre finales del XVII y comienzos del XVIII tuvo escasa repercusión.
En el siglo de las luces, la crítica ilustrada, desde la precoz de Feijoo (Teatro crítico universal) a la desesperanzada de José Cadalso (Cartas marruecas, y Defensa de la nación española, ambas respuesta a las Cartas persas de Montesquieu),[8] pasando por la academicista de Antonio Ponz (Viage de España), percibía el atraso acumulado por España desde el Siglo de Oro frente a la deslumbrante Francia del Grand Siècle y la Encyclopédie.[9] La opinión interna se debatía entre castizos y afrancesados. La percepción exterior era cruel: el desolador «¿Qué se debe a España?» de Masson de Morvilliers (Encyclopédie Méthodique, 1782). La respuesta a tal provocación, un artículo de Juan Pablo Forner (Oración apologética por la España y su mérito literario, 1786) ni siquiera fue tomada en serio por la opinión ilustrada española, dando origen al célebre y pesimista «pan y toros» de León de Arroyal,[10] un tópico que continuó representando la opinión elitista de la intelectualidad española y renovándose periódicamente, con aportaciones del propio Unamuno.
En cambio, otros extranjeros supieron valorar las peculiaridades que encontraban en España, desatando una verdadera «hispanofilia» desde el romanticismo, para el que España era el punto más cercano donde encontrar la atracción morbosa del exotismo, forzando la percepción para confirmar las expectativas que la dibujaban como tierra de bandoleros, toreros y gitanos, (Carmen, de Prosper Mérimée, convertida en ópera por Bizet); y retroceder a una ucrónica Edad Media, poblada de refinados reyes moros decadentes (Cuentos de la Alhambra, Washington Irving) y sombríos inquisidores (El pozo y el péndulo, Edgar Allan Poe). Se abusó tanto de ese tópico que el realista Honoré de Balzac pudo escribir:
El público está hoy harto de España, del Oriente, de suplicios, de piratas y de la historia de Francia al modo de Walter Scott.[11]
Simultáneamente, pero con mayor recorrido, nace el hispanismo como disciplina intelectual, apoyado por la presencia en Francia e Inglaterra de los exiliados españoles,[12] como Antonio Alcalá Galiano (Memorias, Lecciones de literatura española, francesa, inglesa e italiana del siglo XVIII) o Juan Antonio Llorente (Histoire critique de l'Inquisition espagnole, 1817 y 1818), incluyendo el caso de cambio de nacionalidad y religión de José María Blanco White (Letters from Spain, 1822). Entre los primeros «hispanistas» que no son meros traductores de los clásicos del Siglo de Oro se encuentran el francés Louis Viardot (Histoire des Arabes et des Maures d'Espagne), el norteamericano Alexander S. Mackenzie (A year in Spain, 1829) o el inglés Lord Holland, estudioso de Lope de Vega y anfitrión de los liberales exiliados. Una perspectiva peculiar la aportó el predicador protestante y estudioso de idioma y costumbres de los gitanos, George Borrow.[13]
La coyuntura trágica de división entre españoles del siglo XIX, que trajo los primeros exilios (afrancesados, liberales...), con la nueva perspectiva que da ver desde fuera la España que ya no se tiene, se debió a la feroz sucesión de guerras civiles ideológicas (guerra de Independencia española, guerra carlista) y la costumbre de confiar la alternancia política a los pronunciamientos militares (Riego, Cien Mil Hijos de San Luis, «espadones» moderados y progresistas...), en ausencia de elecciones libres o prácticas parlamentarias y administrativas aceptadas mutuamente por los principales partidos. Aunque esa situación se remedió con el Pacto de El Pardo entre liberales de Sagasta y conservadores de Cánovas (1885), ni antes ni después de esa fecha, ni siquiera en coyunturas críticas (como la crisis de 1917, que obligó a gobiernos de concentración y produjo resultados de práctico empate entre los dos partidos gobernantes) ningún gobierno español perdió unas elecciones convocadas por él mismo hasta 1931 (gracias al uso de los procedimientos del caciquismo y el pucherazo).
Los hechos fueron prontamente objeto de estudio historiográfico en sí mismos (Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, París, 1851) y, antes incluso, los literatos españoles comenzaron a inspirarse directamente en el enfrentamiento, como los tristes versos de Bernardo López García (referidos a la guerra de Independencia).
o la visión del periodista que firmaba como Fígaro (Mariano José de Larra), poco antes de suicidarse (en el contexto de la guerra carlista).
Aquí yace media España, murió de la otra media
«El día de difuntos de 1836»
y recorren un camino que va del nacionalismo dolido pero orgulloso al patriotismo escéptico en Benito Pérez Galdós (Episodios Nacionales, Miau, Misericordia) o Leopoldo Alas. Pero es la generación del 98 la que convierte la introspección crítica sobre lo español en centro integral de su propuesta estética e ideológica, forjando lemas lapidarios:
Me duele España
Miguel de Unamuno
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza
entre una España que muere
y otra España que bosteza
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón
Antonio Machado
Simultáneamente, aparece el ambiguo Adéu, Espanya! del poeta catalán Joan Maragall.
...On ets, Espanya? No et veig enlloc.
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua que et parla entre perills?
Has desaprès d’entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!
¿Dónde estás, España? No te veo en ninguna parte.
¿No oyes mi voz atronadora?
¿No comprendes esta lengua que entre peligros te habla?
El concepto machadiano de «las dos Españas», con el que este debate está íntimamente asociado («la discusión se centró... en el origen histórico de la gran tragedia española, intentando explicar, por un lado, el supuesto fracaso ante la modernidad y, en último extremo, la guerra civil»), ha sido rastreado por Santos Juliá[16] desde sus primeros acuñadores: Mariano José de Larra, pasando por Jaime Balmes y los ya citados Marcelino Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset. También han rastreado la génesis y evolución del concepto de las dos Españas, el historiador español Joaquín Riera (La Guerra Civil y la Tercera España)[17] y el portugués Fidelino de Figueiredo (As duas Espanhas). Otros autores, como Américo Castro (cuya aportación imprescindible se trata más adelante), negaron la oportunidad de tal expresión.
El tema de las «Dos Españas» significa en realidad la evidencia de una triple fractura, que se abre simultáneamente a los cambios que supone la Edad Contemporánea y que llevará al enfrentamiento de 1936. Esa triple fractura se puede expresar en tres pares de conceptos opuestos:[19]
La oposición derecha/izquierda, ligada a la denominada «cuestión social» del siglo XIX: que a su vez contiene tanto el surgimiento del movimiento obrero como respuesta a la industrialización y que se convierte en una temible lucha de clases (por ejemplo, el pistolerismo de Barcelona entre patronal y sindicatos), como el atraso rural y el «señoritismo» y «caciquismo» que intentan remediarse con la reforma agraria. La debilidad de las clases medias «ilustradas» o «profesiones liberales» (incluso la inexistencia o destrucción prematura de una burguesía nacional) ha sido mencionada por algunos como una de las causas de la polarización social y política, y expresada como una característica del «carácter español» desde que la leyenda negra fijó su estereotipo: el modo de vida hidalgo, el espíritu cristiano viejo, el desprecio por el trabajo... La distinta implantación de socialistas y anarquistas introduce un elemento más de fragmentación, en este caso, interna al movimiento obrero.[20]
La oposición centralismo/nacionalismos periféricos, identificados estos últimos a la defensa de lenguas distintas al castellano pero socialmente con diferentes orígenes: el resentimiento frente a la inmigración y el crecimiento industrial de las ciudades de los pequeños propietarios rurales católicos y carlistas en el País Vasco;[25] y la burguesía progresista industrial catalana, organizada durante el siglo XIX en la defensa de una política económica proteccionista opuesta al librecambismo de los exportadores cerealistas castellano-andaluces, hegemónicos políticamente en «Madrid».[26] Paradójicamente, un planteamiento similar de bandos enfrentados se había producido dentro de la misma Castilla siglos antes, desde la Baja Edad Media hasta la guerra de las Comunidades.[27]
En la mayor parte de los casos, podía ubicarse a las fuerzas políticas y sociales, y a los individuos, en una u otra de las Dos Españas así definidas, aunque para otros casos no estaba tan claro: en Vizcaya o Guipúzcoa, muchos católicos (incluyendo a sacerdotes) eran nacionalistas vascos, e intervinieron en la Guerra Civil en el bando republicano; la Lliga Regionalista de Francesc Cambó tenía muy poco que ver con la Esquerra Republicana de Francesc Macià y Lluís Companys (de hecho, de la derecha catalana partieron los apoyos iniciales del general Miguel Primo de Rivera, así como una significativa parte de los de la sublevación militar de Franco); mientras que las izquierdas eran notablemente centralistas y los republicanos pretendieron crear un «estado integral» que reconocía las autonomías regionales, por exigencias de la «conllevancia». La expresión proviene del debate del Estatuto de Autonomía en las Cortes (13 de mayo de 1932), notablemente realista y pragmático, en el que intervinieron Azaña y Ortega, y no se marcaba ningún acento trágico ni «excepcional».
El problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar... un problema perpetuo... un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista... las naciones aquejadas por este mal son en Europa hoy aproximadamente todas, todas menos Francia [por]... su extraño centralismo.
Por otro lado, la mayor parte de las agrupaciones y partidos definidos como republicanos, así como la propia masonería (cuyo papel en la época ha sido objeto de controvertidas teorías), tenían un componente social nada obrero, y más bien cercano a las clases altas o medias.
«La tercera España»
Para algunos autores, la división fratricida en dos Españas es tan maniquea que no se reconocen en ella.[30] Se ha acuñado así la expresión «tercera España» (atribuida a Salvador de Madariaga[31] pero también a Niceto Alcalá Zamora),[32] con la que se quiere indicar la existencia de un grupo social encarnado en la postura de destacadas personalidades intelectuales que no tomaron parte en la Guerra Civil o que no se identificaron realmente con ninguno de los bandos en contienda, independientemente de que antes de ella hubieran simpatizado con partidos o movimientos que pudieran asociarse a alguna de las «dos Españas»[33] o que después de ella se mantuvieran en el exilio o bajo el régimen franquista, lo que hace difícil fijar una lista de los que han sido asociados a ese difuso grupo:
... esa Tercera España, la de Ortega, Madariaga, Sánchez Albornoz, Menéndez Pidal y tantos otros que soñaron para este país una democracia liberal en la cual fuese posible vivir en paz, en libertad y en progreso.
También suele citarse al primer presidente de la Segunda República, Niceto Alcalá Zamora,[35] y al periodista republicano Manuel Chaves Nogales,[36] así como a Julián Marías,[37] Xavier Zubiri y los filósofos de la llamada Escuela de Madrid, vinculada al Ortega y Gasset distanciado de la trayectoria que veía en la República desde su «No es eso, no es eso»[38] y que había mantenido un silencio clamoroso con su más discreto «En tiempo de guerra, cuando la pasión anega a las muchedumbres, es un crimen de leso pensamiento que el pensador hable».[39]
Si bien para autores como Xavier Casals el concepto mismo de «tercera España» es cuestionable,[40] historiadores como Joaquín Riera no solo han profundizado en el concepto de las dos Españas, sino que también han defendido de manera sólida, a través de la intrahistoria, la existencia de esa tercera España silenciosa y silenciada no solo durante el franquismo sino también tras la recuperación de la democracia.[41]
Según Gabriele Ranzato, durante la Segunda República existió lo que él denomina la «”verdadera” tercera España», que tuvo un peso relevante, aunque fue incapaz de constituirse en fuerza política y en gobierno, lo que «también contribuyó a que el país se precipitara hacia una guerra civil». Este sector social estaba «constituido sobre todo por clases medias, pero esencialmente interclasista, deseoso de vivir en un sistema liberal, democrático y capitalista, proclive a favorecer una emancipación más o menos gradual de las clases populares de su condición predominante de miseria extrema y de modernizar España siguiendo el modelo de los grandes países de Occidente». Era un sector social más amplio que la llamada «Tercera España» ―constituida por un pequeño grupo de intelectuales― y que cuando estalló la guerra civil española «fue suprimido por ambas partes en lucha». «Acorralado entre las amenazas de los unos y los otros, este sector quedó fragmentado, desperdigado en ambos campos, obligado a alinearse, puesto en la imposibilidad de expresar ningún deseo de conciliación, constreñido a un silencio que la dictadura franquista, en el interior, y las vicisitudes de la política internacional, en el exterior, fueron prolongando largamente, contribuyendo a cristalizar en el tiempo la lectura maniquea de la tragedia española que dieron sus mismos responsables y protagonistas».[42]
Gustavo Bueno sostuvo que la UCD, "tal y como Suárez y su equipo la habían concebido, sería un modo de superar el esquema de las dos Españas, y por este motivo la UCD de Suárez fue criticada por quienes trabajaban, tanto si se alineaban a la derecha como si se alineaban a la izquierda, con las ideas sustantivas de derecha e izquierda".[45]
Por su parte, Juan Manuel de Prada afirmó sobre el poeta Leopoldo de Luis: "Has representado mejor que nadie, querido Leopoldo, la esperanza de una tercera España, capaz de triunfar sobre el odio, capaz de espantar un fantasma fraticida que algunos desdichados quieren seguir resucitando cada día, para colgarse medallas que tú preferiste esconder en los cajones del perdón."[46]
Con todo, ha sido el historiador e hispanista Alfonso Botti él que ha publicado el primer estudio de carácter historiográfico sobre las diferentes acepciones con las que, a partir de la primera mitad de los años treinta, se ha hecho referencia e la “tercera España” bien en el espacio público, bien en la prensa y bien en los estudios académicos[47]
La «Edad de Plata»
A pesar de que la dinámica social iba aumentando la energía de las contradicciones que, vistas con perspectiva, llevaron al trágico estallido de la Guerra Civil, el primer tercio del siglo XX (desde el reinado de Alfonso XIII, pero sobre todo durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República), fue cualquier cosa menos una época tenebrosa y pesimista: acogió la llamada Edad de Plata de las letras y ciencias españolas.[48]
Tradicionalmente, en este período se habla de varias generaciones de la cultura española, que son conocidas como del 98, 14 y 27.
Como periodo no ha sido acotado con nitidez, pero un hito inicial de gran repercusión interna por lo que supuso para el orgullo nacional tras el deprimente desastre de 1898, fue sin duda el Premio Nobel de medicina otorgado a Santiago Ramón y Cajal (1906). Aunque en aquel momento en realidad solo significaba una luminaria aislada surgida del esfuerzo individual, los hechos posteriores demostraron que representaba un síntoma de la renovación científica de España del primer tercio del siglo XX, y que conscientemente intentaba construir la nación mediante el progreso. Por contraste, el Premio Nobel de literatura otorgado dos años antes a José de Echegaray suscitó un sonoro escándalo en el mundo literario español, lo que no dejaba de ser prueba del dinamismo y la pluralidad existente en su seno.
La repatriación de capitales obligada por la evacuación de Cuba distó mucho de ser una tragedia económica, y la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial produjo fabulosas oportunidades de negocio, al mismo tiempo que intensificó los desequilibrios sociales (crisis de 1917). La sociedad de consumo de masas no se implantó hasta mucho más tarde, aunque sí aparecieron algunas de sus características, como la electrificación y la difusión de los modernos medios de comunicación (teléfono y radio). Multitud de cabeceras periodísticas contribuyeron de forma muy notable a la divulgación de la producción intelectual y la creación de una opinión pública caracterizada por la libertad y el pluralismo.
En lo cultural, esta época presenció la madurez de las generaciones de 1898 y de 1914, el florecimiento de instituciones creadas en las primeras décadas del siglo (la Junta para Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes y muchas otras[49]), y fue testigo de cómo la posición unamuniana del «Que inventen ellos» quedaba superada por la cada vez mayor conexión de la intelectualidad española con la europea de vanguardia. Las mentes españolas más lúcidas parecían estar encontrándose consigo mismas, y con su lugar en el mundo. De ese clima intelectual es muestra un documental, recientemente recuperado, que se filmó en la época para ser distribuido en América, titulado ¿Qué es España? 1929–1930.[50]
Todos ellos, junto a artistas como los jóvenes Dalí y Joan Miró, o los ya maduros Jacinto Benavente y Juan Ramón Jiménez (ambos premio Nobel de Literatura), Pau Casals y Manuel de Falla (músicos), Julio González y Pablo Gargallo (escultores) o el universalmente valorado Picasso (Gaudí había muerto en 1926, y no gozó de la proyección internacional que alcanzó posteriormente su obra), volvieron a hacer pensar en Europa si acaso era cierto que el «genio español» había muerto con Goya (único nombre que, desde una óptica chauvinista pero no exenta de base, se reconocía entre el erial científico y la escasa repercusión de las artes españolas del siglo XIX).
No obstante, el pesaroso panorama favoreció la introspección, y la reflexión sobre el problema de España continuó, se renovó y se enriqueció con aportaciones de los hispanistas, como el citado Legendre, desde una posición cercana al bando vencedor, otros cercanos al perdedor (George OrwellHomenaje a Cataluña, Ernest HemingwayPor quién doblan las campanas, Fiesta) y destacadamente desde 1943 con El laberinto español de Gerald Brenan, que eligió las Alpujarras primero y Churriana después, como sus lugares de residencia.[64]
Las dos caras del debate: 1949
Un debate nítidamente planteado, con dos posturas enfrentadas que se responden una a la otra ante la opinión pública, fue propiamente iniciado con dos libros de 1949 que representaron una bifurcación en la intelectualidad falangista de posguerra: Pedro Laín EntralgoEspaña como problema y Rafael Calvo SererEspaña sin problema. El primero, mostrando el desengaño de cierta parte de los intelectuales afines al régimen (como el citado Laín, Dionisio Ridruejo, etc.); y el segundo, exhibiendo la aceptación sin complejos del concepto joseantoniano de España como «unidad de destino en lo Universal», que inspiraba la educación nacionalcatólica y lemas omnipresentes como «Por el Imperio hacia Dios»[65]
La cada vez más clara defección del régimen del propio medio universitario llevó a la crisis de 1956 (huelga universitaria y represión que tuvo que ejercerse a la vez sobre los «hijos de los vencedores y de los vencidos»). El debate iniciado en 1949 fue enseguida llevado al exilio republicano, donde se elevó en tono intelectual con las aportaciones de Claudio Sánchez Albornoz (España, un enigma histórico, Buenos Aires, 1957, que en otros textos más pegados a la realidad documental se mostró como una autoridad de la historia de las instituciones), partidario de buscar la identidad española en la herencia romana y visigoda, apoyado en investigaciones sobre el reino de Asturias y el goticismo de su reivindicación (la «pérdida de España» de las Crónicas), y Américo Castro (La realidad histórica de España, México, 1954, Origen, ser y existir de los españoles, 1959), más cercano al campo de la literatura y la historia de la cultura, que proponía el surgimiento de la identidad española como una mezcla de influencias de «judíos, moros y cristianos» (aprovechado como título por Camilo José Cela[66]).
Simultáneamente, la poesía social de los jóvenes de las décadas de 1940 y 1950, huérfanos de sus padres de la generación del 27, se debatía contra la poesía esteticista como mejor vía de expresar el mensaje necesario en una hora tan baja del pulso español, dando frases tan impactantes como profundas:
Mientras tanto, en el ámbito historiográfico del interior, había aparecido el clásico de José Antonio Maravall (1954) El concepto de España en la Edad Media, y la renovación de los estudios de historia económica y social que proponía Jaime Vicens Vives, otro tipo de acercamiento a la realidad histórica (más básico, de algún modo respuesta a la petición unamuniana de una intrahistoria, similar en tendencia a lo que en Francia estaba desarrollando la Escuela de Annales).
En México, Francisco Ayala publicó Razón del mundo: la preocupación de España (1962), en que se distancia de los planteamientos «esencialistas», desde una perspectiva que le aporta su acercamiento a la sociología. La renovación metodológica no fue muy bien acogida por los próceres del exilio, como Salvador de Madariaga o Sánchez Albornoz, obteniendo estos una réplica de Maravall en la orteguiana Revista de Occidente.[69]
Desde antes de la muerte de Franco, aparecieron en el interior obras como la de Julio Caro Baroja (El mito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo),[70] que marcan la tendencia a la superación del debate identitario mediante el análisis metódico desde la perspectiva de las ciencias sociales.
La transición y la democracia
Más tarde, el periodo de la Transición trajo un florecimiento de la historiografía particularista de los nacionalismos periféricos y un manifiesto amortiguamiento de las referencias a lo «español» incluso en la evitación de ese nombre. Curiosamente, coincide en el tiempo con un rebrote de la «hispanofilia» que había caracterizado a la solidaridad con la España doliente de 1936 y que, cuarenta años más tarde, se extendió a la admiración internacional por la forma pacífica en que se produjo la llegada de la democracia, que fue puesta como modelo para las dictaduras americanas en la década de 1980 y para el este de Europa desde 1989. El «modelo español», basado en la continuidad institucional, la amnistía, el consenso político (Constitución de 1978) y el pacto social (Pactos de la Moncloa); ha sido acusado (por los partidarios de la «ruptura» en vez de la «reforma») de fomentar el «olvido del pasado», fundamentalmente por no exigir responsabilidades a las personalidades políticas y sociales beneficiadas por el franquismo y no hacer mención, homenaje ni memoria alguna de la gran cantidad de víctimas de la represión del bando sublevado y de la dictadura.
El nivel del análisis histórico consiguió descender a un estadio menos «esencialista», no exento de apasionamiento, en el contexto de los debates sobre la memoria histórica y el uso del concepto de «nación» en la reforma del Estatuto de Cataluña y otras posteriores. Del nuevo tipo de debates es muestra el reciente intercambio de artículos y cartas entre Antonio Elorza y José Álvarez Junco.[71] Este último, con Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX (Premio Nacional de Ensayo 2002) realiza un importante estudio del surgimiento del nacionalismo español, que había quedado escasamente tratado desde ese planteamiento, mientras que los nacionalismos periféricos contaban con una abrumadora bibliografía.[72]
Normalidad o excepcionalidad
Resucitando un anterior debate entre Gerald Brenan y Raymond Carr (1966),[73] en España, 1808-1996, El desafío de la modernidadJuan Pablo Fusi y Jordi Palafox «rechazan las tesis sobre la excepcionalidad del caso español, sobre todo cuando estas están impregnadas de una interpretación claramente negativa y pesimista, y cuando se recurre a los conocidos tópicos del "fracaso",[74] de las "frustraciones" o de "inferioridades" españolas... la ausencia de autoestima, los excesos, casi masoquistas en los que han derivado ciertas interpretaciones históricas sobre el caso español»; recibiendo la crítica de Borja de Riquer, que les acusa de «visión restrictiva, y quizás en exceso "optimista", ya que minimiza la importancia de otros muchos factores que hicieron de la situación española un caso realmente peculiar y que hipotecaron, hasta hace muy poco, su auténtica homologación a las pautas europeas». Este autor plantea diez «anormalidades» del caso español en la época contemporánea.[75] Desde una posición matizada, el hispanista Edward Malefakis propone «aunque no podamos decir que España sea un país muy normal, pues siempre parece estar a punto de suceder algo, lo cierto es que experimenta una convivencia muy aceptable».[76] Por su parte, John H. Elliott señala que la constatación de que en muchos aspectos España no era tan diferente de otros Estados europeos como se suponía tradicionalmente ha contribuido a devolverla a la corriente principal de la historia;[77] mientras que otro hispanista, Stanley G. Payne, especialmente en su obra España. Una historia única localiza las excepcionalidades de la historia de España en determinados episodios y no en otros (niega el fracaso del liberalismo) y propone la existencia de lo que denomina ideología española de duración milenaria.[78]
María Elvira Roca Barea afima en Fracasología: España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días que el tema del excepcionalismo, decadencia, y fracaso español está vinculado a la Leyenda negra.
Un tema sin fin
No son escasos los ejemplos de literatura ensayística, epígonos del debate de la década de 1950, como España inteligible de Julián Marías (1985) o Gárgoris y Habidis, de Fernando Sánchez Dragó. Pero el tema cada vez va teniendo un tratamiento más alejado del esencialismo.
Francisco Umbral dedicó un artículo a poner en cuestión la retórica de la eterna pregunta del concepto de España.[79] Desde su peculiar posición y reflexión erudita, reflexiona Gustavo Bueno en su discurso España.[80] Luis Suárez Fernández insiste, desde una posición tradicionalista, en la reivindicación de las aportaciones españolas a la civilización.[81] Eloy Benito Ruano ganó el Premio Nacional de Historia de España 1998 por el trabajo colectivo Reflexiones sobre el ser de España. Entre los libros galardonados en distintos años hay muchos que pueden incluirse en el mismo ámbito: Juan MarichalEl secreto de España (1996), Carmen IglesiasSímbolos de España (2000), el ya citado Santos Juliá Historia de las dos Españas (2005) y el más reciente, Antonio Miguel BernalEspaña, proyecto inacabado: costes/beneficios del imperio (2006). Una de las últimas aportaciones historiográficas, muy debatida, ha sido la de Henry Kamen,[82] posición contestada por Arturo Pérez-Reverte,[83] famoso por su reconstrucción de la sórdida y épica España del siglo de Oro en la serie de novelas sobre el capitán Alatriste.
Si, desde luego, maximizamos al Estado propio y común a todos los españoles como eje de la identidad española, el concepto de España no emerge hasta el siglo XVIII, tras la Nueva Planta de Felipe V. Si, por el contrario, subrayamos como claves identitarias nacionales la definición de un territorio global y mantenido con estabilidad a lo largo del tiempo, tendríamos que situarnos en 1512, —con la anexión de Navarra como referencia estelar tras la conquista de Granada de 1492 y la unión territorial de las Coronas de Castilla y Aragón con los Reyes Católicos—; si atendemos a la institucionalización de una lengua común de todos los españoles —el castellano identificado con el español—, entonces tenemos que situarnos en la primera mitad del siglo XVI, con la estela de los grandes elogios del castellano (Valdés, Viciana, Frías, Morales, Nebrija) como referentes; si nos adentramos en la espesura de la formulación del presunto carácter nacional, entonces hemos de seguir la pista de las teorías de los "humores nacionales" y situarnos a fines del siglo XVI para ver en Botero y Bodino los primeros ejercicios de contrastación nacional que tanto circularán en el siglo XVII y que culminarán en el relativismo cultural de ilustrados como Montesquieu; si creemos en la trascendencia de la conciencia común, del plebiscito cotidiano de Renan, habría que situarse en las segundas mitades de los siglos XVI y XVIII, escenarios de una beligerante conciencia nacional vinculada con la respuesta a la ofensiva de la llamada "leyenda negra"; si nos atenemos a la plasmación de una plena conciencia de soberanía nacional española, entonces el surgimiento de la nación española habría que retrasarlo al siglo XIX, con la Constitución de 1812.
España no es una simple superestructura estatal que cubre una serie de realidades nacionales, como ocurriera con Yugoslavia y el Imperio austro-húngaro. La identidad hispánica cuenta con un larguísimo recorrido secular, desde el "De laude Hispaniae" de Isidoro de Sevilla y el lamento por "la pérdida de España" de la crónica mozárabe del año 754, lo cual en modo alguno significa que entonces existiera una nación española, como sin duda afirmarían nacionalistas vascos y catalanes si contaran con tales antecedentes, pero sí que esa identidad no es un invento del siglo XIX.[86]
↑Por citar sólo dos ejemplos de finales de siglo XX que hacen un estudio —más o menos extensivo— de los ensayos anteriores: Eloy Benito RuanoReflexiones sobre el ser de España; José Álvarez Junco, El País, 21 diciembre de 1996: El falso «problema español»[1]. Lógicamente, la forma de referirse a este tópico es muy variada, y puede expresarse con otras expresiones, como «El alma española» (El País, 6 de noviembre de 2010) esencia de España o esencia de lo español, ¿qué es España?, cuestion de España, carácter de España o carácter español, genio de España, etc. (ejemplos de uso bibliográfico, en Google books). Una expresión de alcance similar es pecado español, cuando no se aplica a la determinación de uno sólo (habitualmente de los capitales —Díaz Plaja—, como la envidia o la soberbiacomo primera en todo lo malo... topó con España, primera provincia de Europa, parecióla tan de su genio que se perpetuó en ella... con todos sus aliados, la estimación propia, el desprecio ajeno, el querer mandarlo todo y servir a nadie, hacer del Don Diego y vengo de los godos, el lucir, el campear, el alabarse, el hablar mucho alto y hueco... —Gracián—), aunque en el contexto de la identificación de los españoles como contaminados por su convivencia con musulmanes y judíos, se aplicaba a una tendencia a descreer de la Santísima Trinidad —condena del adopcionismo de los mozárabes de Toledo por Beato de Liébana, condena de Miguel Servet por los calvinistas de Ginebra—) sino a una genérica consideración del alma española como portadora de una culpa, bien como acusación (especialmente en la colonización de América), bien como una admiración, como en este texto de Octavio Paz:
La cultura española es la conciencia del pecado español. Ningún pueblo ha confesado con tanta entereza sus culpas y ninguno con más desesperación ha enseñado sus llagas. ¿Qué otra cosa son sino dramática conciencia acusadora —y redentora— Quevedo, Vitoria, Cervantes, Larra, Santa Teresa...
↑Citado por Feliciano Barrios en discurso su de ingreso en la Real Academia de Historia (reseña) en ABC, 9 de marzo de 2009).
↑John A. HobsonImperialism, a study; LeninEl imperialismo, fase superior de desarrollo del capitalismo
↑Houston Stewart Chamberlain (1899) Die Grundlagen des neunzehnten Jahrhunderts (Los fundamentos del siglo XIX), considerado como uno de los precedentes del nazismo.
↑Herbert Spencer fue el principal autor de esa corriente, más influyente para el establecimiento de un clima intelectual muy divulgado, que en formar una corriente sistemática de pensamiento, cosa que no consiguió. Entre sus obras más importantes están: Sistema de filosofía sintética (11 volúmenes), La estática social (1850), La sociología descriptiva (1873), Principios de sociología (1877–1896) y El individuo contra el Estado (1884).
↑Conferencia de José Luis Abellán: El «¡Que inventen ellos!» de Unamuno[2]. Fundación Juan March, 10/05/1994.
↑Éste y el anterior, citados en Gaspar Gómez de la Serna (1965) Cartas a mi hijo, Madrid: Doncel. Depósito Legal M. 7.533-1965
↑Particularmente a la nº 78, donde Montesquieu reproduce (de forma «atrabiliaria, pero también ingeniosa») los tópicos antiespañoles de la leyenda negra. Ambos (y otros autores, como Helvetius, Malthus, Darwin, Burke y Joyce —con una anécdota atribuida a Rossini y que considera apócrifa—), son citados por Álvaro Delgado Gal en «La leyenda negra.»ABC. 10 de marzo de 2010.
↑Jean SarrailhLa España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII
↑César Real y Luis Alcalde (1997) Prosistas del Siglo XVIII, Madrid: Clásicos Castellanos. ISBN 84-83038-118-0
↑« [Le public] aujourd'hui rassasié de l'Espagne, de l'Orient, des supplices, des pirates et de l'histoire de France Walter-Scottée ». De la novela Les Chouans (véase Les Chouans en la Wikipedia francesa), consultado en La Pléiade, Gallimard (1981) tomo X, p. 54.
↑Juan GoytisoloLiberales y románticos (El País 17/12/2006), artículo sobre los exiliados del siglo XIX, glosando en en centenario de su nacimiento la obra de Vicente Lloréns Liberales y románticos, una emigración española en Inglaterra (1823 1834) México (1954) [3]. El propio Goytisolo es un autor imprescindible por sus referencias críticas a la concepto tradicionalista de España, por ejemplo en Reivindicación del Conde Don Julián.
↑La Biblia en España, traducida y estudiada por Manuel Azaña. Edición actual: (1997) Barcelona: Altaya ISBN 84-487-0748-6
↑Véase, junto con otras composiciones patrióticas, en Luis Vidart Los Cantores del Dos de Mayo, 30 de abril de 1881, en La Ilustración Española y Americana, núm. XVI, pp. 274-275, accesible en
[4]
↑Otras enumeraciones pueden verse en la mayor parte de la literatura sobre el problema español. El número puede ser mayor o menor, según se subdividan o se consideren aspectos más o menos parciales. Pierre Vilar (La Guerra Civil Española, Barcelona: Crítica, 1986, ISBN 84-7423-285-6 pg. 11) habla de tres graves desequilibrios y localiza como tarea importante que se trata, en primer lugar, de ponderar la fuerza de estos problemas:
Sociales: vestigios del antiguo régimen agrario, estructuras incoherentes de la industria. Regionales: un desarrollo desigual opone mental y materialmente, en els seno del Estado, antiguas formaciones históricas. Espirituales: la Iglesia católica mantiene una pretensión dominante a la que responde un anticlericalismo militante, político-ideológico en una cierta burguesía, pasional en las masa populares anarquizantes. [Las cursivas son del texto original]
Juan-José López Burniol, en El problema español (El País, 6 de enero de 2010) habla de cuatro problemas:
Suele leerse en las síntesis de Historia de España ésta o parecida frase: «A comienzos del siglo XX, España tenía cuatro problemas: el religioso, el militar, el agrario y el catalán». Cien años después, los tres primeros se han resuelto o diluido, pero permanece incólume el cuarto, que, al condicionar de forma determinante la vida pública española de la última centuria, merece ser designado —más que como el problema catalán— como el problema español. La prueba de ello está en el hecho de que cada vez que España se libera de la ortopedia dictatorial que compensa la congénita debilidad de su Estado, el problema fundamental a resolver al tiempo de redactar la Constitución es el de la estructura territorial del Estado. Así sucedió en los albores de la II República, tras la dictadura del general Primo de Rivera, y al inicio de la Transición, tras la dictadura del general Franco.
↑La bibliografía de este asunto, tanto literaria (la novela social española) como de estudios historiográficos, es amplísima. Proponemos un breve panorama por regiones: El ambiente de lucha de clases en Barcelona, feudo de la anarquista CNT ha sido objeto de muy numerosos estudios, y su ambientación literaria puede encontrarse desde Ignacio Agustí (Mariona Rebull, parte de la serie de novelas La ceniza fue árbol que se popularizó con su adaptación televisiva La Saga de los Rius) hasta las novelas de Eduardo Mendoza (La verdad sobre el caso Savolta 1975, La ciudad de los prodigios, 1986). El caso madrileño, menor en importancia por desarrollo industrial pero destacado por la centralidad del poder y el tamaño urbano, fue testigo de la fundación de PSOE y UGT por Pablo Iglesias. Arturo Barea, con su autobiográfica La forja de un rebelde, puede valer de ambientación literaria. Ha sido estudiado entre otros por Santos Juliá (1984) Madrid, 1931-1934 de la fiesta popular a la lucha de clases, Madrid: Siglo XXI. El caso gallego puede ambientarse con Los gozos y las sombras de Gonzalo Torrente Ballester, anteriormente, con la obra de Castelao. Valencia cuenta con las novelas realistas de contenido social de Vicente Blasco Ibáñez (Arroz y Tartana, La Barraca, Cañas y Barro). El caso andaluz, paradigma del atraso rural y de todo tipo de manipulaciones (La Mano Negra) ha recibido mucha atención: Temma Kaplan (1977) Orígenes sociales del anarquismo en Andalucía: capitalismo agrario y lucha de clases en la provincia de Cádiz 1868–1903, Barcelona: Crítica. José Luis Solana Ruiz (2000) Las clases sociales en Andalucía: un recorrido sociohistórico., en Gazeta de antropología, ISSN 0214-7564, Nº. 16, accesible en[7], así como su propia novela realista: Juan Valera (Pepita Jiménez, Juanita la Larga). Aragón tiene la que posiblemente la mejor novela social española: Requiem por un campesino español de Ramón J. Sender. El campo castellano y extremeño, con la obra de Miguel Delibes (Los Santos Inocentes, Las ratas), ambientadas ya en la posguerra.
↑El cuento en el que aparece esta coplilla, premiado por la revista Juventud en 1953, refleja la miseria de una cuadrilla de cinco segadores, sujetos a las condiciones de trabajo de una España intemporal. Publicado en Santa Olaja de acero, puede encontrarse en una recopilación de 1970, con prólogo de Ana María Matute: La tierra de nadie y otros relatos, Estella: Salvat-Alianza, Depósito Legal NA 152-1970
↑La asistencia semanal a misa caracteriza a más del 17 % de la población, una cifra superior incluso a la de cualquier espectáculo deportivo en directo (el seguimiento por televisión supone otras cifras, pero no comparables), y más del 76 % se declara católica en un grado u otro, cifra incomparable con cualquier otra forma de agrupar la opinión o ideología. Estudio del CIS, Clases sociales y estructura social de España.[8], citado extensamente en prensa, por ejemplo: [9]
↑William J. Callahan (1990), Iglesia, poder y sociedad en España 1750–1874, Madrid: Nerea. ISBN 84-86763-12-6
↑Antonio Guerrero Torres estudia El origen del nacionalismo vasco en[11], un breve resumen, que cita como bibliografía a Cortázar y otros.
↑Pierre Vilar trata brevemente el tema en su esquemática pero trascendental Historia de España. Un resumen en [12]. Estudió también sus orígenes históricos en la magistral síntesis regional Cataluña en la España Moderna
↑Madrazo Madrazo, Santos (1969) Las dos Españas. Burguesía y nobleza, los orígenes del precapitalismo español Editorial Z Y X
↑Citado por Juan Carlos Sánchez Illán: Ortega y Azaña frente a la España de las Autonomías: de la ley de Mancomunidades al Estatuto de Cataluña, 1914–1932, accesible en [13]
↑Joaquín Riera Ginestar / La Guerra Civil y la Tercera España (Almuzara, 2016) referencia en Dialnet
↑Eve Fourmont GiustinianiEl exilio de 1936 y la Tercera España. Ortega y Gasset y los "blancos" de París, entre franquismo y liberalismo, en Circunstancia, Nº. 19, 2007 [14]
↑Ranzato, Gabriele (2014). El gran miedo de 1936. Cómo España se precipitó en la Guerra Civil [La grande paura del 1936: Come la Spagna precipitò nella Guerra Civile]. Madrid: La Esfera de los Libros. pp. 14-15. ISBN978-84-9060-022-1.
↑Que también aportó su reflexión sobre la tragedia nacional: (1972) De una España peregrina Madrid: Al-Borak.
↑Luis Fernández Cifuentes (1992) El viejo y la niña: tradición y modernidad en el teatro de García Lorca, en El teatro en España: entre la tradición y la vanguardia 1918–1939 María Francisca Vilches de Frutos y Dru Dougherty (coordinadores) Madrid: Fundación Federico García Lorca, CSIC. ISBN 84-7952-080-9
↑José María de Cossío comienza la redacción de la ambiciosa enciclopedia Los Toros, en la que colaboraron muchos otros intelectuales de la época, como Miguel Hernández, y que se publicó en los años cuarenta y cincuenta.
↑España Contemporánea. Crónicas y retratos literarios (1901)
↑España en el corazón: himno a la glorias del pueblo en la guerra (1937)
↑Muerto el 15 de abril de 1938 dejando su obra póstuma: España, aparta de mí este cáliz
↑(1929) Mío Cid Campeador, Madrid: Compañía Iberoamericana de Publicaciones.
↑Nouvelle histoire d'Espagne (1938), Semblanza de España (1944)
↑Gloria científica que, por otro lado, también aporta ensayos muy citados para caracterizar la personalidad española a través de arquetipos, como Don Juan. Ensayo sobre el origen de su leyenda (1940), El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar (1936), Luis Vives. Un español fuera de España (1942),Cajal. Su tiempo y el nuestro (1950) o El Greco y Toledo (1957).
↑The Spanish labyrinth: an account of the social and political background of the Civil WarCambridge University Press — El laberinto español: antecedentes sociales y políticos de la guerra civil
Si Brenan partía de la base de que España era un país único e irrepetible, «que las palabras con que se hace principalmente la historia —feudalismo, autocracia, liberalismo, Iglesia, ejército, parlamento, sindicato, etc.— tienen sentidos muy distintos de los que se les presta en Francia o Inglaterra» (p. 9), la aproximación de Carr se sustentaba en la tesis opuesta: “había que estudiar la historia de España como la de cualquier otra nación europea de importancia similar […]. España no es un caso excepcional”
↑Por ejemplo, el famoso estudio de Jordi NadalEl fracaso de la Revolución Industrial en España 1814–1913, Barcelona: Ariel
↑ Los entrecomillados son del artículo de Borja de Riquer y Permanyer:
La historia de un país normal, pero no tanto, El País, 17 de marzo de 1998.
↑(2006) Del Imperio a la Decadencia. Los mitos que forjaron la España modernaISBN 84-8460-606-2, Temas de Hoy (previamente avanzada en Empire. How Spain Became a World Power, 1492–1763, New York, Harper and Collins, 2003, ISBN 0-06-019476-6 — Imperio: la forja de España como potencia mundialISBN 84-663-1277-3