Apodado el «siglo de las cruzadas», en el siglo XI comenzaron las famosas cruzadas, donde los reinos cristianos europeos, en respuesta a la llamada de los papas, lanzaron diversas ofensivas sobre Tierra Santa para arrebatar el control del lugar a los musulmanes. De todas estas expediciones, la única que alcanzó un cierto éxito en sus teóricos objetivos fue la Primera Cruzada.
Volviendo a Europa, uno de los hechos más destacables fue la conquista normanda de Inglaterra, tras la Batalla de Hastings, donde Guillermo el Conquistador derrotó al rey Anglosajón Haroldo II, lo que permitió a los normandos apoderarse del reino y cambiar permanentemente la historia de Inglaterra.
Hubo, después de un breve ascenso, una repentina disminución del poder bizantino y el aumento de la dominación normanda en gran parte de Europa, junto con el papel destacado en Europa de papas notablemente influyentes. La cristiandad experimentó un cisma formal en este siglo que se había desarrollado en los siglos anteriores entre el oeste romano y el este bizantino, causando una división de sus dos denominaciones más grandes hasta el día de hoy: el catolicismo romano y la ortodoxia oriental.
En el norte de Italia, el crecimiento de la población en los centros urbanos dio lugar a un capitalismo organizado temprano y una cultura comercial más sofisticada a finales del siglo XI. En Europa del Este, hubo una época dorada para el Rus de Kiev.
En la dinastía Song (China) y el mundo islámico clásico, este siglo marcó el punto culminante tanto para la civilización, la ciencia y la tecnología chinas clásicas como para la ciencia, la filosofía, la tecnología y la literatura islámicas clásicas. Las facciones políticas rivales en la corte de la dinastía Song crearon conflictos entre los principales estadistas y ministros del imperio.
La dinastía Chola en India y el califato fatimí en Egipto alcanzaron su cenit de poder militar e influencia internacional. El Imperio Chalukya Occidental, rival de la dinastía Chola en India, también llegó al poder hacia el final del siglo.
En este siglo, la dinastía selyúcida turca llega al poder en Asia occidental gobernando sobre el Califato abasí, ahora fragmentado.
Tradicionalmente se sitúa el inicio de la Plena Edad Media en el año mil, que sirve como división de la Alta y Baja Edad Media. También se considera que en torno al año mil se extendió por las tierras europeas el miedo a la aproximación del fin del mundo, por lo que podemos encontrar interpretaciones apocalípticas de acontecimientos naturales como cometas, eclipses, etc. que se difundían de forma habitual a través de sermones que captaban la atención de la población.[1]
Ámbito económico
Se produce un renacimiento de la vida urbana, producido gracias a la reactivación del comercio y la expansión de la economía rural. Las ciudades del siglo XI se formaron a partir de los pequeños recintos utilizados por mercaderes para almacenar sus productos.
El renacimiento del comercio es un aspecto remarcable en la economía de Europa, y a su vez factores como la mejora de las rutas o la acuñación de monedas permitían las actividades de los mercaderes. De forma rotunda a partir del siglo XI, Europa reanimaba el comercio ya que añadía las condiciones necesarias para su desarrollo, como más productos, más riqueza y más hombres dedicándose a este sector. El crecimiento de la población más el aumento del rendimiento en el trabajo de los campos, permitía la dedicación de otras actividades como la artesanía o el comercio. La satisfactoria producción de los campos provocó la abundancia de excedentes que también podían comercializarse, y los europeos del Occidente comerciaban con el Imperio bizantino y con los musulmanes.[2]
Ámbito social
La sociedad se estructuraba en tres grandes grupos sociales: los bellatores, los oratores y los laboratores. Los bellatores (señores que hacen la guerra) ocupaban la cima de la pirámide feudal, ejercían el oficio de la guerra y se ocupaban de la defensa de las otras dos órdenes. Constituían una aristocracia poseedora de tierras que les proporcionaban renta y bienes mediante el trabajo de los campesinos instalados en ellas. El grupo de los oratores (los que rezan) representa al clero, quienes también poseían tierras trabajadas por campesinos. Los laboratores (los que trabajan) estaban sometidos a los otros dos grupos y eran los encargados de producir y trabajar para mantener el sistema.[3]
En esta etapa las instituciones feudo-vasalláticas ya estaban constituidas, por contrato personal bilateral. El feudo se convirtió en un bien privado que se concedía a cambio de servicios. El señor era generalmente un aristócrata de alto nivel mientras el vasallo era un auxiliar de rango nobiliario; los servicios debidos eran de orden militar; servicios jerarquizados en una sociedad dedicada a la guerra. El fortalecimiento de la monarquía tuvo el apoyo de la Iglesia, atribuyendo al rey una función religiosa. Los reyes, además de ser señores feudales superiores, fueron acumulando prestigio, riqueza y poder. Esto dependió de sus recursos personales ligados a la tierra, de allí surge la ambición por reunir la mayor cantidad de tierras posible.
La patrimonialización de los feudos por parte de los vasallos, condujo a una especie de tarifación de las obligaciones feudales. La ayuda militar, base inicial del sistema feudal, pierde importancia y los señores deben pagar por la ayuda de sus vasallos. Con las cantidades recaudadas mediante este sistema, los monarcas disponían del suficiente dinero como para contratar tropas más valiosas y leales.[4]
Desde el siglo XI, el vasallo logra hacer hereditario sus propios feudos. Esto debilita los vínculos del vasallo con su señor, al verse dueño de su feudo. Además, la ceremonia de vasallaje se renovaba cada vez que se producía una sucesión, creando nuevos lazos no tan firmes como los establecidos al principio de la relación feudal. Se admite también que el vasallo pueda romper los lazos con su señor, devolviéndole el feudo. Algunos vasallos incluso podían superar en bienes a sus señores, que se veían impotentes frente a sus vasallos, rompiéndose el equilibrio de las obligaciones recíprocas a favor del más fuerte.[4]
Ámbito cultural
A partir del siglo XI surgen movimientos religiosos que piden el retorno a la Iglesia primitiva, una reforma moral y contra la corrupción del clero. La Iglesia crea nuevos monasterios ya que la riqueza de estos contrastaba con las exigencias del desprendimiento mundano. Los antagonismos sociales que se hicieron aún más evidentes en medio de las transformaciones económicas y la laicización de la administración pública. No todos los grupos de herejes registrados a comienzos del siglo XI tenían un objetivo anticlerical y puritano, partían de una actitud ortodoxa, gregoriana y en contra de la acumulación de riqueza y poder de las jerarquías eclesiásticas, pero finalmente desembocaron en tendencias anti jerárquicas y anticlericales. Estos focos comenzaron en el año 1000 y fueron prontamente extinguidos, las últimas matanzas son las de Goslar en 1052 hasta la reaparición virulenta de las herejías del siglo XII, prácticamente en los mismos centros geográficos.
En cuanto a la educación, las escuelas episcopales dependientes de los obispos en los centros urbanos debieron su celebridad a los diferentes maestros y a las ramas de la enseñanza que se impartían: Gramática y Retórica en Orleans, Dialéctica y Filosofía en París Derecho en Bolonia, Medicina en Salerno y en Montpellier. Algunas de estas escuelas se libraron de la tutela episcopal. Sin embargo, el programa de estudios en las escuelas monásticas y episcopales siguió siendo el mismo que Alcuino había desarrollado en la época de Carlomagno: una introducción a la lectura de los textos sagrados, limitándose a la recitación y a la glosa de las autoridades, por lo menos hasta principios del siglo XII, cuando el auge de las traducciones, el avance de la vida urbana, el impulso demográfico y el contacto con Oriente impulsó el progreso de los estudios universitarios.[5]
Ámbito político
Polonia y Alemania eran dos divisiones del Imperio carolingio donde se produjeron grandes diferencias, como el desarrollo de las instituciones feudales con más rapidez en Polonia que en Alemania. Como la monarquía alemana no tuvo las repercusiones de la feudalización hasta finales de siglo, gobernaban en gran medida a través de la Iglesia.
Entre 1061 y 1091, los normandos conquistan Italia del sur. Sin embargo, Venecia se alió con Bizancio, consiguiendo enormes concesiones comerciales y de libertad de tránsito, participando luego en las primeras cruzadas y logrando privilegios en Tierra Santa.
En la península ibérica, tras la conquista musulmana, sobrevivieron algunos pequeños reinos cristianos en las regiones montañosas del Norte: León, Navarra y el condado de Barcelona. A pesar de las incursiones sarracenas en Barcelona, estos pequeños reinos, en nombre de la fe religiosa y de las tradiciones romanas y visigóticas, iniciaron de un modo disperso la Reconquista.[5]
↑Nieto, José Manuel (2016). Europa en la Edad Media. Ediciones Akal S.A. ISBN978-84-460-3091-1.
↑García, José Ángel (2008). Manual de historia medieval. Alianza Editorial. ISBN978-84-206-4903-0.
↑Le Goff, Jacques (1999). La civilización del occidente medieval. Paidós Ibérica. ISBN84-493-0766-X.
↑ abDonado, Julián (2014). Historia Medieval I (siglos V-VII). Editorial Centro de estudios Ramón Areces S.A. ISBN978-84-9961-151-8.
↑ abRodríguez, Fernando Fabián (2015). Manual de Historia Medieval, siglos III a XV. Mar del Plata: Grupo de Investigación y Estudios Medievales. ISBN978-987-544-632-8.
Bibliografía
Donado, Julián (2014). Historia Medieval I (siglos V-VII). Editorial Centro de estudios Ramón Areces S.A. ISBN: 978-84-9961-151-8
García, José Ángel (2008). Manual de historia medieval. Alianza Editorial. ISBN: 978-84-206-4903-0
Le Goff, Jacques (1999). La civilización del occidente medieval. Paidós Ibérica. ISBN: 84-493-0766-X
Nieto, José Manuel (2016). Europa en la Edad Media. Ediciones Akal S.A. ISBN: 978-84-460-3091-1
Rodríguez, Fernando Fabián (2015). Manual de Historia Medieval, siglos III a XV. Mar del Plata: Grupo de Investigación y Estudios Medievales. ISBN: 978-987-544-632-8