Sus padres fueron el gobernador Martín García de Loyola y la princesa incaBeatriz Clara Coya. Quedó huérfana de padre a temprana edad, tras la batalla de Curalaba (1598). No obstante, al ser heredera del señorío de Yucay, el virrey Luis de Velasco y Castilla dispuso que tanto ella como su madre regresaran al Perú. Establecidas en Lima, se proyectó enviarlas a España, pero pronto la salud de Beatriz se quebrantó y finalmente falleció en 1600, no sin antes redactar su testamento enteramente a beneficio de su hija. Ante esta nueva pérdida, el Virrey prosiguió su plan de apartar a Ana María del Perú, viendo la conveniencia de vincularla a sus familiares paternos.
Ana María legó a España en 1603, establecida en Valladolid. El rey Felipe III la puso al cuidado de un primo de su padre, Juan de Borja y Castro, conde de Mayalde, y al morir este en 1606, quedó instalada con su propia servidumbre personal, que incluía aya, mayordomo y médico. A pesar de que los pueblos dentro de su señorío habían sido confiscados por el virrey Francisco de Toledo, en 1610 obtuvo sentencia para que le fuesen devueltos. Al cumplir 18 años, se le escogió como esposo a Juan Enríquez de Borja, hijo de Elvira Enríquez de Almansa, marquesa de Alcañices, y de Álvaro de Borja y Castro, hijo de San Francisco de Borja.
La pareja pronto decidió residir en Madrid, lo cual permitió que Ana María iniciase una acción contra la Corona reclamando 40 años de rentas de sus propiedades cuzqueñas, acordándose finalmente una pensión de 10.000 ducados, la creación de un feudo semiautónomo en sus villas de Yucay y el título de Marquesa de Santiago de Oropesa por Real Cédula del 1 de marzo de 1614 por el rey Felipe III, siendo el único título de la Corona de Castilla, en vez de los Reinos de Indias, que fue concedido a la realeza inca de manera directa. Sin embargo, dicha concesión no empezó como una iniciativa propia de la corona española, sino que se dio producto del esfuerzo entre muchos personajes influyentes (españoles, mestizos e indígenas) por varios años, y del que la Casa de Borgia lograría encauzar a su favor, buscando aumentar su área de influencia hacia las América. Puesto que si bien la Casa de Loyola se esforzó por conseguir de la Corona varios privilegios tras emparentarse con los Incas, al final su peso dentro la corte era pequeño, y el rey Felipe II se mostró escéptico a que los indios nobles sean iguales a los de Castilla, por lo que desistió en otorgarles títulos españoles, conformándose con reconocerles su rango preexistente de "indios nobles" y "caciques de indios". Sin embargo, los Borja por otro lado si eran una familia muy influyente en la Monarquía Hispánica durante esos años, y en el momento que Juan Enríquez de Borja se casó con Ana María, los Borja hicieron propia la causa inca y empezaron a mover sus influencias y a diseñar todo un discurso histórico (ya que estudiaron minuciosamente la historia de los Incas) que persuadiese al nuevo monarca, Felipe III, quien se presentaba más accesible y dispuesto (a diferencia de su padre), influenciado en gran medida por su ya conocida devoción católica.
Los Borja argumentaron que Ana María era una descendiente de los "Emperadores Incas del Perú" (al ser tataranieta de Huayna Cápac), y también de los "Reyes Incas de Vilcabamba" (al ser bisnieta de Manco Inca), sabiendo que esta pomposidad hacia su persona captaría más rápido la atención del Rey de España. Con ello, exigía que ella merecía un título nobiliario único y especial, con base en los principios morales de la Ley eterna en todo rey católico, así como una justa retribución por Derecho natural a los daños y perjuicios que habría sufrido sus antepasados los "Emperadores y Reyes Incas" por culpa de un mal actuar en algunos súbditos del Rey de España durante la Conquista del Perú (arguyendo que esto no era por la injusticia del imperio español, cuya voluntad del rey de España y su gobierno era justa, si no por las dificultades iniciales de poner orden en tierras lejanas), mencionando como argumentos el asesinato de Manco Inca, al ultraje de Cora Ocllo, los pesares económicos de Cusi Huarcay y la falta de justicia que padeció Doña Beatriz. Adjunto a esto incluyeron la versión de Titu Cusi Yupangui de la conquista del Tahuantinsuyo, por el que el Sapa Inca se adjudicaba la "primogenitura" y el derecho a tener autonomía, y también añadieron que el fallecimiento de Túpac Amaru I había sido injusta (según la versión de los jesuitas y franciscanos). Presentado esta narrativa histórica y argumentos legales, el rey Felipe III se lo creyó sin duda y quedó muy conmovido por ser un hombre muy temeroso de Dios. Así fue como Felipe III quedó convencido de un deber para retribuir a Ana María por los daños sufridos por su familia durante el siglo XVI y buscó varias opciones, hasta decidir por el Marquesado de Oropesa. Este último no era cualquier título nobiliario, pues tenía un rango especial de dominio señorial (siendo un Feudo autónomo de la Monarquía), por el que las tierras de Maras, Yucay, Urubamba y Huayllabamba, así como las haciendas de Coya, Chinchero, Pucará, Quipa, Jaquijahuana, Canco, Gualla, etc, poseían autonomía y estaban fuera del dominio directo del Rey de España (incluido sus virreyes) hasta que quedase extinto el linaje de la "Infanta del Perú". Sus dominios quedarían entonces libres de impuestos, así como del control del gobierno del Virreinato del Perú, haciendo que los funcionarios (encargados de su administración y justicia) en ese territorio sean designados por los mismos marqueses, como el cacique-gobernador Chiaguantopa Inca.[1][2][3]
La joven marquesa designó a su tío Martín Fernández Coronel, Hermano de su madre, para que tomara posesión de los pueblos de Huayllabamba, Yucay, Maras y Urubamba, acto que se realizó a pesar de la oposición virreinal, y al año siguiente decidió viajar al Perú junto a su esposo, en la comitiva del virrey Francisco de Borja y Aragón, primo de su esposo. Establecidos inicialmente en Lima, donde nacieron sus hijos, pasaron hacia 1620 al valle de Yucay (actual provincia de Urubamba), a administrar directamente su señorío. Luego de 7 años, decidieron regresar a Madrid, donde la marquesa falleció y fue enterrada en la iglesia de San Juan Bautista, frente a su casa.
Matrimonio y descendencia
Contrajo matrimonio con Juan Enríquez de Borja, de cuya unión tuvo los siguientes hijos: